Llegamos al Monasterio de San Luis y San Fernando de Torrelavega, hacia las dos del mediodía, tras recorrer las calles del centro de Torrelavega y así poder permitir que muchas más personas contemplasen a María.
Las Religiosas nos esperaban en la entrada de clausura, portando la capa con la que siempre se revisten para las grandes solemnidades y fiestas. Las más jóvenes llevaban en sus manos un cestito lleno de pétalos de rosas para recibir tan “altísima visita”. En sus miradas se adivinaba una gran expectación y un deseo de acogerla con la máxima solemnidad. ¡Qué rostros tan angelicales! ¡¡Cuánta ilusión y deseo habían manifestado ante esta visita!!
En el momento de nuestra llegada, comenzaron a repicar fuertemente las campanas por largo tiempo para comunicar al mundo entero la presencia de la Madre, que ya había llegado a visitarlas. Las expectativas se quedaron cortas cuando pudieron contemplar el icono. Estaban extasiadas ante la maravilla que contemplaban sus ojos. No hacían más que agradecernos tal regalo, que había llegado llovido del cielo. Tras rezar una Salve las dejamos retiradas a la oración y la contemplación ayudadas de María, en esa espera del Adviento.
Al día siguiente, jueves 20 de diciembre, habíamos quedado en el monasterio para recoger el icono y cedérselo a la diócesis de Asturias donde estaría hasta el día de Navidad. Llegamos hacia las dos del mediodía mi marido y yo junto a Juanjo a quien también dejábamos y con quien ya nos habíamos encariñado por tantas experiencias vividas. Nos encantó conocerle y ver cómo todavía hay personas que renuncian a su comodidad por servir a la Virgen y servirnos a todos los demás. Si no fuera por Juanjo, no sé cómo lo hubiéramos vivido todo. Mucho más huérfanos. El nos daba mucha tranquilidad y seguridad, pues dominaba la situación y todo lo que concernía a la logística de la peregrinación. ¡¡Que la Virgen te pague tanta generosidad, Juanjo!!
Tuvimos algún pequeño tropiezo, como la pérdida de una bandera en alguno de los viajes y la rotura de uno de los palos del remolque que permitían portar las banderas…pero gracias a la habilidad y el buen hacer de los hermanos Ceballos, todo se solucionó maravillosamente. Desde aquí queremos transmitir nuestro agradecimiento a ambos, pues sin ellos el traslado y la llegada de la Virgen a Santander no hubiera sido posible. ¡Gracias, Lorenzo! ¡Gracias, Jesús! Sois dos soles, dos grandes corazones. La Virgen tampoco quedará impasible ante vuestra entrega y servicio.
También, ¡cómo no!, agradecer a José Manuel Mochales, toda su generosidad y pericia al frente de la cámara, pues gracias a él podemos disfrutar de estas magníficas fotos. ¡Mil gracias también!
Las Religiosas nos comentaban posteriormente que era como haber tenido un trocito de cielo esos días. El icono era como una especie de imán, ejercía un atractivo sobre ellas tremendo, no se podían separar de él. La Virgen tenía una mirada que entraba dentro de nosotros, hasta el corazón, y al mismo tiempo nos hacía entrar dentro de ella. Para toda la comunidad fue un momento de gracia, de vivencia muy profunda en esa preparación hacia la Navidad. Aunque el icono de la Virgen se marchaba sentían que María se quedaba entre ellas, pues les había dejado en el corazón una profunda huella que las llenaba de paz y alegría.
Algunas personas se acercaron al monasterio para contemplar el icono. Incluso, después de su marcha, recibieron muchas llamadas para preguntar si todavía estaba allí.
Finalmente, hicimos entrega del icono a Manolo que venía desde Asturias a recogerla… Ella tenía que seguir su camino y ahora a nosotros nos tocaba andar el nuestro…
QUE LA VIRGEN OS BENDIGA Y SIGA PROTEGIENDO LA VIDA ASÍ COMO NUESTRAS VIDAS.