Una práctica que caracteriza a los cristianos de todas las denominaciones es la celebración anual de la Natividad de Cristo, la fiesta cristiana conocida popularmente como "Navidad". Aparte de unos pocos grupos sectarios, nadie pone en duda esta práctica, a pesar de no ser un mandato específico de la Sagrada Escritura.
Algo menos conocido, y no como se ha observado universalmente, es la celebración anual de la Concepción de Cristo, una fiesta cristiana antigua conocida como la Anunciación; cuando el Arcángel Gabriel se le apareció a la Virgen María y le proclamó que Dios la había elegido para ser la Madre de su Hijo (por suerte para nosotros, ella dijo "sí").
Este evento no es menos sagrado que el acontecimiento del nacimiento de Cristo, y sin embargo, casi nadie, fuera de las Iglesias Ortodoxa Oriental y Católica Romana, la celebra litúrgicamente. Y eso es una pena, porque la celebración de la Anunciación el 25 de marzo -exactamente nueve meses antes de la Fiesta de la Natividad- proclama en la liturgia lo que la Iglesia siempre ha sostenido sobre los comienzos de la vida... que la vida empieza en la concepción.
Cuando Cristo es concebido en el vientre de la Virgen, ¡la Encarnación comienza! Él no entra en el mundo en Navidad, porque Él ya ha estado en el mundo durante nueve meses, nutriéndose en el seno de su Madre. Como los cristianos ortodoxos proclamamos en nuestro himno de la Anunciación:
Y así, la enseñanza de la Iglesia sobre el comienzo de la vida está claramente demostrado por nuestra celebración al comienzo de la vida terrena del Hijo de Dios, el Hijo del hombre, el Hijo de María. En la Anunciación, el Hijo de Dios se convierte en el Hijo de la Virgen, no en potencia, sino en la realidad; no como una persona en potencia, sino como la Segunda Persona de la Santísima Trinidad Encarnada.
El misterio de la Encarnación se inicia con la concepción de Cristo, esto la Iglesia antigua siempre lo ha proclamado. Esto lo supo Juan Bautista de manera instintivamente cuando él saltó en el vientre de Isabel. Esta buena nueva se conoce y proclama por todos los que sostienen la querida Sagrada Tradición de la Iglesia Primitiva, tanto en Oriente como en Occidente.
Aunque los cristianos ortodoxos y católicos no estamos de acuerdo en todos los puntos de la doctrina, esperemos que siempre podamos estar de acuerdo en esto: que desde el principio la Iglesia ha proclamado la santidad de la vida, desde la concepción hasta la muerte natural. Y que podamos reconocer que somos responsables de la proclamación de la verdad, de palabra y de obra (ayudar a los necesitados y dando esperanza a los desesperados) hasta que Cristo venga de nuevo en gloria.
En Cristo,